Van pasando los días y ya alguna que otra semana y no falla, siempre, en cada viaje saco las mismas conclusiones y, pese a que a éste le queda bastante aún, la conclusión está sacada. Lo más importante, lo que le da sentido, lo único indispensable para que un viaje sea completo de verdad son las gentes, las personas que aparecen formando parte de cada aventura. Da igual que sea una expedición al Ártico, al Himalaya o al puñetero desierto. Y cuando digo “personas” excluyo totalmente a los turistas (aquí poquísimos) con los que uno se cruza de vez en cuando. Esa especie a la que aunque en teoría yo pertenezco, para nada me considero ya que al final los turistas cumplen siempre unos estándares delatándose rápidamente como me contaba el predicador de una pequeña aldea en la que pasé varios días y que me agradecía insistentemente que me hubiese acercado a conocerles “de verdad”. Los turistas se juntan entre ellos, toman fotos y continúan su camino sin acercarse demasiado a ellos y sin darse cuenta de que para conocer un país hay que tomar fotos, claro, pero acto seguido hay que acercarse, sentarse a charlar, escuchar y dejar que disfruten escuchándonos, ya que para ellos que un extranjero se acerque a saludar y charlar un rato es básicamente un soplo de aire fresco a una vida bastante compleja y con pocos alicientes o distracciones. Con pocos turistas me veréis a mi hablar por aquí.
No esperaba los brazos tan abiertos de estos supervivientes que desde nuestra vida cómoda nos parecen sacados de una película y sin embargo son tan reales como uno mismo. A día de hoy me arriesgo a decir que son las personas más acogedoras con las que me he topado después de recorrer ya tantos lugares remotos. Este lugar, donde viven los únicos “negros rubios” (un gen despistado…), está lleno de historia, vida y muerte, de supervivientes en definitiva como la gran “Lupa”, luchadora pescadora con la que compartí ratos de pesca y buenas charlas con su familia, o el agradable Barney, que llena su vida buscando restos de la guerra para crear un “pequeño” museo a la entrada de su casa. Gente, gente y sólo la gente es lo que pone el color a un viaje como este. Quizás resulta que soy más sociable de lo que yo mismo me creo o algunos/as me dicen. Personas sencillas, nobles y humildes son básicamente las que me interesan en general, aquí y en España.
Como en otros muchos lugares del pacífico el pasado de la Segunda Guerra Mundial está bastante presente por aquí, en superficie y bajo el agua, todo mezclado con un pasado ancestral lleno de leyendas, luchas tribales y tsunamis. De momento ni luchas tribales ni tsunamis a la vista…