Todo iba según lo previsto… hasta mi primer día en el Lancius.
Al preparar la expedición con mi contacto en el barco oceanográfico, la idea era formar un grupo de unos 9 buzos para explorar el helado archipiélago de Svalbard, y así fue. Pero a mi contacto se le olvidó comentarme un pequeño detalle…
La capacidad del barco era de unas 120 personas con la tripulación y claro , cuanta mas gente viajara en este barco mejor “económicamente”. La cosa es que sin comerlo ni beberlo me vi rodeado de mucha mas gente de la que esperaba, convirtiendo esta expedición en algo mas “turístico” de lo que yo buscaba. A partir de ese momento me sentí sin duda un “turista aoccidental”. Para mi consuelo, las expediciones de buceo eran totalmente independientes a la vida de abordo por lo que me limité a centrarme en ellas y nada mas. Pese a esto, la aventura comenzaba.
Empezaban los largos días de navegación rompiendo el hielo que se presentaba ante nosotros.
Ballenas, osos polares, morsas, glaciares, fiordos, icebergs… no tardarían en aparecer.